Heridas de la infancia: herida de traición
- Celine Escourrou
- hace 6 días
- 3 Min. de lectura
Cuando el control se convierte en protección

La herida de traición nace cuando, en la infancia, el niño o la niña se siente traicionado por una figura de apego en la que había depositado su confianza. Esta experiencia puede vivirse como una ruptura de lealtad, una promesa no cumplida o una falta de coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.
A menudo esta herida se origina con el progenitor del sexo opuesto, especialmente si hubo una fuerte conexión emocional con esa figura. Cuando esa figura falla, miente, abandona o simplemente no está a la altura de las expectativas que el niño había construido, el dolor es profundo… y deja huella.
¿Cómo se instala esta herida en la infancia?
Durante la infancia, el sentido de seguridad y protección depende casi por completo de los adultos. Cuando un niño percibe que alguien en quien confiaba profundamente le ha fallado, se siente desprotegido, confundido y, sobre todo, muy solo.
La reacción inconsciente suele ser la necesidad de tomar el control. Si confiar es peligroso, entonces la única salida parece ser controlar todo lo posible: lo que ocurre, lo que hacen los demás, las propias emociones. El control se convierte en un escudo.
¿Cómo se manifiesta en la vida adulta?
En la adultez, esta herida puede dar lugar a personalidades fuertes, dominantes, hiperresponsables y muy desconfiadas. Personas que necesitan que todo esté bajo control, que les cuesta delegar y que viven la confianza como algo que debe ganarse muy lentamente… o que nunca llega a ofrecerse del todo.
Algunos patrones comunes en adultos con esta herida:
Necesidad constante de tener el control de situaciones, personas o decisiones
Dificultad para confiar plenamente en los demás
Tendencia a la hiperresponsabilidad y el perfeccionismo
Miedo profundo a la traición o a la decepción
Expectativas muy altas hacia los demás
Reacciones intensas ante la mentira, la incoherencia o la falta de compromiso
Impaciencia con la vulnerabilidad ajena y propia
El vínculo entre control y miedo
En el fondo, el control no es más que una forma de protegerse del dolor. Detrás de la aparente fortaleza o exigencia, suele habitar un miedo muy antiguo: el miedo a volver a ser traicionado, abandonado, decepcionado.
Por eso, muchas personas que llevan esta herida tienden a cerrarse emocionalmente o a mantener siempre una cierta distancia en los vínculos. El corazón se protege para no volver a pasar por lo mismo.
¿Cómo comenzar a sanar?
Sanar la herida de traición es un proceso profundo, que implica volver a abrir espacios de confianza, primero con uno mismo y, poco a poco, con los demás. También requiere reconocer que el control absoluto es una ilusión y que, al soltarlo, es posible vivir con más calma y autenticidad.
Algunas claves en ese camino:
Identificar los patrones de control y rigidez
Observar con compasión el miedo que los sostiene
Cultivar vínculos honestos, donde se practique la confianza paso a paso
Aceptar la imperfección en uno mismo y en los demás
Trabajar la coherencia interna: pensar, sentir y actuar en la misma dirección
Reconectar con la vulnerabilidad como fuerza, no como debilidad
Conclusión: transformar la fuerza en confianza
La herida de traición puede generar estructuras internas muy rígidas, pero también una gran capacidad de liderazgo, claridad y visión. Cuando se sana, esa energía se transforma: del control se pasa a la confianza, de la exigencia a la autenticidad, de la desconfianza al vínculo consciente.
No se trata de volver a confiar ciegamente, sino de aprender a confiar desde un lugar más maduro, libre y real.
Porque el verdadero poder no está en controlarlo todo, sino en sostenerse incluso cuando nada está bajo control.
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